El drama del porteo. Una injusticia a la espalda

porteadoras

Mujeres de distintas edades, de distintos puntos del reino marroquí que en algunos casos se han trasladado al norte y en otros son de la región, sacrifican a diario su integridad física para conseguir un puesto entre la muchedumbre que hace filas para entrar a comprar productos europeos en Ceuta y luego revenderlos en Marruecos. Se dedican a portear para poder sobrevivir ellas y sus familias. Cínicamente, su actividad se llama comercio atípico, tan atípico que prácticamente cada mes hay un porcentaje de muertes por asfixia debido al aglomerado de personas que se forma en las puertas fronterizas. Tan atípico, que ganan menos de diez euros por cargar a sus espaldas más de noventa kilos. Tan atípico que los propios policías y guardias de la zona definen como un sistema inhumano de la edad media. Porque estas mujeres y su comercio atípico está bajo el control de mafias y explotadores que encuentran su libertad en un hueco legislativo entre las tierras de un continente rico y de otro pobre. En la zona norte de Marruecos, el contrabando es el segundo motor económico y sólo le gana el narcotráfico. Y aunque este fenómeno esté relacionado con Ceuta y la región de Tánger-Tetuán, también existe, y con fuerza en Melilla y Nador.

Ver a estas mujeres cargadas con fardos de hasta 90 kilos por los estrechos pasillos de El Tarajal, nos devuelve en milésimas de segundo a los siglos de la esclavitud. Europa tiene muchas vergüenzas, pero la situación de las porteadoras es una vergüenza que ya cumple 50 años.

Qué perfil tienen las porteadoras 

Las porteadoras, que a veces reciben despectivamente por parte de los policías el nombre de mulas, son mujeres divorciadas que no reciben ninguna manutención, separadas de un marido maltratador, alcohólico o drogadicto, muchas de ellas son viudas a las que la vida les ha arrebatado su marido, el padre de sus hijos y el sueldo con que subsistir. En definitiva, las porteadoras son mujeres entre 30 y 60 años que no han encontrado otra solución para afrontar el hambre y los gastos que supone una economía cuyos precios son cada vez más europeos. Han optado por el contrabando de productos, un trabajo sin ninguna garantía al que están obligadas para poder subsistir. Las puedes ver la noche anterior haciendo cola en la frontera para poder entrar cuanto antes porque para poder cobrar los 10 euros deben cumplir con una cantidad de productos. Esta es la presión que tienen y la que provoca peleas y empujones entre ellas, porque a veces la persona que tienes delante puede ser la última a la que permitirán entrar ese día.

Las porteadoras tienen mala fama entre la sociedad marroquí, se las conoce como mujeres que son capaces de todo, dando a esta concepción una connotación realmente negativa. Aunque culturalmente cada vez está menos mal visto el divorcio, sigue habiendo mucho estigma en torno a las mujeres divorciadas y en muchas casas se repite la frase de ves a saber qué habrá hecho o nadie se va de una boda sin cenar, refiriéndose a que si el hombre la ha abandonado es porque debía ser muy mala esposa. La forma en que las describe la sociedad asusta y realmente condiciona el trato con ellas, pero cuando se habla con alguna lo que se encuentra es una mujer herida que lucha por parar su hemorragia. Una mujer que ha tenido que aprender, por las malas, a defenderse en una sociedad donde el machismo sigue arraigado y muy presente.

Fatna El Merrouni (XX/XX/1965) vive en un humilde barrio de Tánger llamado Aawama. Es una mujer que ha porteado desde sus treinta. No está divorciada porque no ha querido dejar a sus hijos sin una figura paterna aunque muy poco paternal. Su marido, desde que nació su primera hija, nunca ha trabajado y ha sido ella quien ha buscado desde entonces el sustento de una familia que ha ido aumentando en número y en necesidades a cubrir. Fatna aún recuerda con una mezcla de rabia, tristeza y alivio su época de porteadora. Nos trataban como ganado, dice, la de veces que me he llevado porrazos para entrar en la cola… una vez me dislocaron el hombro por protestar por mi mercancía. Me cuenta con lágrimas en los ojos cómo le quitaron en la frontera de Marruecos reiteradas veces todo lo que había conseguido cargar durante el día y tenía que volver a su casa sin dinero, sin comida y con mucha impotencia. Durante el trayecto de vuelta en los días que la despojaban de los productos que había comprado no pensaba en cuánto dinero ni horas había perdido sino en lo que iba a decirle al señor que le colocaba lo que traía de Ceuta, en lo que le diría a sus hijos por la mañana cuando no pueda darles una moneda a cada uno para comprarse el almuerzo del colegio. Fatna coge aire y me mira a los ojos con una expresión muy sincera y me dice te lo juro por Allah y el Corán, no hay país más injusto que éste en el que nos ha tocado nacer y vivir. Si pagas a los policías te dejan pasar, sino, te quedas ahí por horas y horas, me dice, y a veces incluso pagándoles se desentienden, se meten en el bolsillo tu dinero y se van al finalizar su turno sin más. Fatna, después de años de experiencia en el porteo tejiendo su red de contactos, llegó a la conclusión de que debía dedicar una parte de sus ganancias al soborno de los policías, esta era la única forma de conseguir cierta seguridad. Esta mujer, que hoy es abuela de tres nietos, dejó el porteo cuando casó a sus hijas. Desde entonces, cuando ve la frontera aparecer en el telenoticias apaga la televisión, no quiere que nada le recuerde una época tan dura y sufrida de su vida. He hecho todo para ver a mis hijas bien, para que mis dos hijos puedan asegurarse una educación y llegar a un trabajo y ahora que lo he conseguido no tengo más motivos para seguir doblándome la espalda en esa ruta del infierno, sentencia Fatna con un tono contundente y su voz quebrada por las voces que tuvo que dar durante años mientras la apretujaban en la cola de entrada y salida.

Todas las mujeres que portean lo hacen por la misma razón, criar a sus hijos. Nuestra confidente me dice que no hay ninguna otra razón por la que valga la pena arriesgarse la vida, literalmente. Ella vio a mujeres morir delante suya por asfixia, por pisoteos, por golpes de la policía y a veces por robo a la fuerza. Fatna ha visto muchas injusticias por las que nadie hace nada, ni las porteadoras, ni la policía, ni el gobierno ni nadie. La gente traga para tirar hacia adelante mientras el poder mira hacia otro lado.

Maryam Suárez Lorenzo (11/09/1990) se trasladó a vivir a Ceuta el junio pasado. Desde entonces, comenta que ha visto cómo los funcionarios de las fronteras, con tal de entorpecer la actividad de las porteadoras, las tienen por horas haciendo cola y que ella misma un día del Ramadán pasado que cruzó la frontera caminando, estuvo esperando 6 horas. Además ha notado que el problema del contrabando hace perder dinero a la ciudad tanto por la mala imagen que se enfoca hacia fuera como por la convivencia interna. Muchos negocios han tenido que cerrar debido a que las colas cada vez son más largas y los turistas que viene a Ceuta para comprar o bien para pasar el día ya no vienen sabiendo que pueden pasar tantas horas esperando en la frontera. A mí me duele muchísimo, dice Maryam, ver a mujeres, incluso ancianas, esperando desde el día anterior sin importar que haga frío o llueva para cargar kilos a sus espaldas y recorrer kilómetros con ellos y finalmente, la autoridad marroquí se lo quede todo. Esa mercancía no irá a ningún depósito ni se calculará de ninguna forma, se la llevará a su casa el policía en cuestión. Esto es bueno para Marruecos porque se reduce el porcentaje del contrabando en las estadísticas y no entra mercancía libre de impuesto, además el policía se lucra personalmente. La crítica de esta ciudadana va dirigida a las autoridades fronterizas, pero sobretodo al gobierno marroquí, quién debería hacer algo para normalizar el trabajo de estas mujeres o al menos ampararlas dentro de alguna seguridad social. 

Maryam recuerda con tristeza una situación de discriminación que vió con sus propios ojos. Venía sola de Marruecos y cruzó la frontera a pie, al llegar al lado español no encontró ningún transporte, sin embargo, había muchas porteadoras, más de las que normalmente suelen haber. Todas ellas estaban sentadas en la playa acatando la orden de un guardia civil que, mientras lanzaba porrazos al aire, les gritaba “¡a la playa todas!, ¡Fatima, venga, a la playa!, es necesario este trato, se pregunta esta joven originaria de la península. A raíz de este episodio, se dió cuenta de que había un grave problema de comunicación, no es normal que la autoridad fronteriza no sepa hablar algo de árabe, dice, y más si tenemos en cuenta que la mayoría de ceutíes son de orígen marroquí.

La nueva vecina ceutí, confirma la corrupción de la que ya nos ha hablado Fatna, siempre hay algún funcionario que tiene gente en la frontera esperando a que llegue y les deje pasar. Pero no todos los días hay la misma suerte, hace pocos días, presenció cómo le quitaban mantas a un hombre, casi lloro, comenta, ví en él la impotencia; su estado no le ayuda a tener una vida digna y además les pone trabas en las formas que han encontrado para ganarse la vida. Es realmente triste la situación, Marruecos me duele sinceramente porque es un país con potencial, dice, asegurando que nunca podrá acostumbrarse a ver estas situaciones.

 

El papel del gobierno marroquí y español y la nueva medida del carrito

Con el contrabando se mueven grandes sumas de dinero, se aviva la corrupción, se da vía libre a la injusticia social y se deja un vacío legislativo que da margen de maniobra a mafias y explotadores. Las autoridades españoles calculan que son más de 8.000 personas las que cruzan a diario la frontera y entre las idas y venidas con los fardos a la espalda se acaban generando más de 500 M de euros anuales, sin contar el dinero que se va en las mordidas que exigen los policías marroquíes para dejar cruzar a las porteadoras. 

Los productos que suelen cargar las mujeres son mantas, pijamas, calzado, productos de tecnología y de ferretería, pañales, papel higiènico, detergente, y productos alimenticios como galletas, patatas fritas e incluso neumáticos. Pero también hay quién hace pasar tabaco, el contrabando de este producto está reservado a los hombres ya que es más fácil esconderlo dentro de los automóviles. 

El porteo se ha estabilizado como actividad comercial desde ya hace 50 años y su estructura se ha jerarquizado tal y como lo está la de la red de narcotráfico. Sin embargo, los gobiernos, tanto el marroquí como el español, no hacen nada para poder controlar mínimamente esta situación y garantizar a estas personas un mínimo de seguridad. Así nos lo confirma Karim Prim, activista y agente cívico de la zona. 

Por su parte, los eurodiputados de los partidos políticos de Izquierda Unida y Podemos,  plantearon, tras la muerte de dos porteadoras el 15 de Enero pasado, una serie de preguntas en el Parlamento Europeo que obligó a la Comisión Europea a pensar y estimular medidas que dignifiquen el trabajo de estas mujeres. 

Una de las medidas que se han tomado recientemente y que entró en vigor el 2 de abril es la prohibición de los bultos a la espalda. Esta medida, impuesta por la fase II de El Tarajal, que pertenece al lado español de la frontera, dota de dignidad el trabajo de estas mujeres. La iniciativa fue dinamizada por los 30 empresarios que forman el polígono industrial de Tarajal II. Explica Bilal Dadi, presidente de la asociación, que la idea principal es para mejorar la calidad del trabajo de las mujeres pero también para hacer un lavado de imágen. Propusieron la idea al Gobierno ceutí y fue bien acogida. Desde la Delegación del Gobierno de Ceuta, se consensuó con Marruecos para tramitar la ley que además de obligar a transportar los productos en carrito, ha fijado unas medidas concretas para los bultos. Antes de esta medida, ya se había implantado la de los días alternos que fijaba el acceso de las mujeres los lunes y miércoles y el de los hombres los martes y jueves. Según las estimaciones de la Policía son entre 1500 y 2000 las mujeres que cruzan el paso mientras que los hombres superan los 2000. Números que hacen difícil la labor de control si no hay una ayuda real por parte de los gobiernos.